lunes, 16 de junio de 2014

Carmín, no te corras, no te vayas.

Miss Gubloid, 'Y al final dos heridos graves.'




Esa tarde llevaba un vestido blanco
con flores estampadas
que invitaba al canibalismo
y un tanga negro que se trasparentaba hasta en mi mente;
creaba a cada paso una banda sonora de suspiros
y dejaba un aroma por el que suicidarse
a sus tobillos.

Cuando nos cruzamos 
su mirada me hizo un quiebro
que casi me parte el pecho en mil pedazos (más)
en este puzzle desencajado.

Justo se le cayó una barra de carmín
y antes de que pudiera pensarlo
me había abalanzado a recogerlo,
como un superhéroe salvando a alguien
en caída libre,
como si su vida dependiese de ello.

Y aún hay gente que no cree en la casualidad.
Qué locura. Pregunto.

Porqué de esa barra de carmín
nació un 'nosotros'.

Y yo la quise tanto o más
que aquella ráfaga de viento inesperada
que me hizo ver por primera vez a mis once años
una 100 de pecho de la hermana mayor de una amiga.

Y la quise tanto que busqué incansablemente
en las pecas de su espalda
las constelaciones que no me dejaba ver su brillo.

Y busqué el horizonte entre su boca y el cielo,
ese mismo horizonte que ahora me acecha
y me aleja de ella
a cada paso que doy,
ese horizonte en el que sólo encontré 
cartas sin remitente,
postales sin posdata,
llamadas con buzones de voz...

Me dijo que teníamos las horas contadas,
pero ya ves querida,
yo soy de letras.

Y al final, dos heridos graves
y yo sin saber coser
estas heridas abiertas.

Qué puta es la casualidad.

Muchas veces pienso en escribirte
un poema decente
para después leerlo y recordar cómo me querías,
pero los buenos versos duelen
y un futuro sin ti,
aún más.

Nada hace del pasado
un lugar más dulce y hermoso al que visitar
que la perspectiva
de la muerte inminente de este 'nosotros'.

Porque cuando no eres nada
no hay razones para tener miedo.

Y mi poesía sin ti
se muere de pena.

Así que no me llames poeta 
porque sin ti
no soy nada.

miércoles, 4 de junio de 2014

Notas de diario de un nostálgico reincidente

Prometí olvidarte:
Lo sé, lo prometí como el alcohólico arrepentido
que promete no beber nunca más.
Lo hice cerrando el puño
y dándome golpecitos en el corazón
pensando que sería lo mejor.

Pero ya ves.

No.

Aquí estoy,
demasiado tiempo después,
entre libretas inundadas de notas,
hojas mamarracheadas,
libros subrayados,
entre canciones que me prohibí escuchar,
recuerdos y dudas que me asaltan.

Pero ni rastro de olvidarte.

Debe ser verano en tu cuerpo
y yo estaría mirándote de reojo,
con mis gafas de Sol de mirar sin ser visto,
cómo tomas el Sol en la playa
y tú con una teta queriendo escapar
de esa cárcel llamada bikini.

Parece primavera fuera de esta casa
y las flores me deprimen
porqué la primavera
sino nace de entre tus piernas
me parece una broma pesada.

Y sin duda es invierno en mi cuerpo
y los recuerdos me invitan
a acurrucarme contigo.

Los recuerdos son caer,
como Yves Klein y su salto al vacío.

Y esta caída se está haciendo larga.

Aún recuerdo las madrugadas frías en el coche yendo sin rumbo, al infinito más próximo, para encontrarnos.

Me acuerdo de nuestras mañanas de resaca. Y de las de periódico, cerveza y aceitunas.

Me acuerdo de cuando salíamos de fiesta y volvíamos a las tantas descalzos y borrachos de amor.

Me acuerdo cuando aquella noche me dijiste que eras "mi jodida historia de amor".

Me acuerdo de preguntarme qué maldito Miquel Ángelo te ingenió. Qué genio te planeó.

Me acuerdo de tu brillo. De ese brillo que tienen las cosas recién hechas.

Me acuerdo que me dijiste que me querías dar experiencias, no recuerdos.

Y me acuerdo de que al final somos eso:
malditos recuerdos.