lunes, 17 de marzo de 2014

Relato de unas ruinas sin dueño


Te rompería los tímpanos si de repente
te dijese todo aquello que quiero decirte
pero que nunca te digo
por miedo a que me mandes a la mierda.

Te quebraría los labios si de repente
te diese todos aquellos besos
que alguna vez me guardé
por temor a no querer irme nunca.

Hace tiempo
me cosí al pecho una granada,
tiré de la anilla
y esperé la explosión
mientras tomaba café tibio
y removía recuerdos
en nuestro viejo álbum de fotos.

Y estas ruinas que dejó aquella explosión
no hay manera de recomponerlas.

Aún no he aprendido a olvidarte
y a menudo se me olvida no quererte.

Soy un puto desastre sin dueño.


Verás...
Con demasiada frecuencia

te recuerdo durmiendo a mi lado
y yo dando alas a mi insomnio.
De vez en cuando dabas algún suspiro
y yo imaginaba que soñabas
con ese ático que nos prometimos en París.

Después te ibas
y en mi barriga las ganas de volver a tenerte
empezaban otra pelea.

Salías de casa y yo me aferraba a la ventana

como un niño la noche de Reyes,
tú levantabas la mano para pedir un taxi
y parabas todo el tráfico,
y también mi corazón.

Y aunque tu nunca me dijeras adiós
yo me despedía de ti desde las alturas
por miedo a que fuese la última vez.

Aún recuerdo a ese taxista
que se arrancó todos los retrovisores de su coche
para no ver cómo te ibas.

Olvidarte sería pura cuestión de supervivencia

y aún así se me resiste.

Apelar al sentido común está tan visto

como demostrado que no me funciona,
porque el sentido común me dice
que lo común es amarte.

Sin duda yo necesito
de un sentido inusual para olvidarte.

El amor me enseñó la paciencia

o eso creo,
a pesar de que esté acostumbrado 
a llamar amor a eso que todos llaman desamor,
y viceversa,
y sí, el amor me enseñó la paciencia
pero tu forma de colarte entre mis penas
ya me empieza a desquiciar.

Y es que estas ruinas ya no hay quien los recomponga,
así que yo ya me doy por perdido
aunque me gustaría que te llevaras mis restos
y así padecerte
una última vez.






jueves, 6 de marzo de 2014

Te propongo un baile


Te propongo un baile:

Cómete la distancia a besos
y cógeme de la mano.

Sé mi plan A,
                     y mi plan B,
                                        y así hasta la Z.

Tú lames mis miedos
y yo te follo
a palabras.

Me coso tu piel a la mía
y por una noche no te dejo escapar.

Darte los buenos días sin haber dormido
ni un sólo minuto
a pesar de sentirme como en casa,
ahí,
      contigo,
                   dentro,
                               de ti.

Y que no sea pronto,
pero tampoco tarde.

Aún guardo abrazos por darte
y ganas de que me acorrales
con tus brazos;
ganas de que me ahorques
entre tus piernas;
ganas de no salir de allí,
de hacerlo casa.

Me encantaría perder la cabeza
y que encontremos el corazón,
bailando para nosotros.

Preguntarte otra vez
qué diferencia hay entre follar y hacer el amor
y no tener respuesta
a pesar de saberme hacer el amor
como nadie.

Que no habrá cigarro después del polvo,
ni ático en París,
ni beso bajo la lluvia
y estufa de leña secándonos,
pero contigo me basta,
eres mi rincón favorito
estés donde estés.

Y que quiero que sea mañana,
pero sólo si estás tú.

Porqué me acuerdo de que sonríes
y todo el mundo se congela
y hace frío, pero no importa
porqué tú.

Tú.

Tú es contigo
y eso es mucho mejor
que yo sin ti,
o que yo conmigo mismo.

Aunque sea por una vez,
aunque escondamos los peros
para otro día;
aunque me calle
todos los te quiero que deseo darte;
aunque vaya para irme,
que para eso voy,
para irme,
porqué no lo olvides,
irse es otra forma de quedarse.


Todo lo que deberías haber vivido entre mis piernas, Ana Barrero y Mauro Colomina

Lo más bonito de tu ropa
era el momento en el que te la quitabas,
la esparcías por la habitación
y lo llenabas todo de amor.

Y lo peor de que llegaras
era que después te ibas.

Y lo peor de que te fueras

es que no volvieras,
y yo me quedase sin lo que más me gustaba de mi,
el contigo.

Cómo no te iba a querer
si sacabas lo peor de mi
para poner lo mejor de ti.

Solo me quedaba coserme la boca
para no pedirte una noche más
y tener que jurarte que me quedaría contigo
en esa habitación empañando los cristales
para dibujarte corazones.

Querernos más que menos
y dolernos menos que más.

Despedirnos de la violencia del adiós
y gritarnos en silencio que ya no hay guerras
que luchar porque las cortinas están cerradas
y estás dentro de mí.

Sospechábamos del tiempo que nos miraba de reojo y sonriendo
y dudábamos de que los kilómetros al final supusieran el final;
pero allí dentro, de mí, estábamos como en casa.

Como en una utopía permanente de cielos claros y soles de verano.
Tu voz era mi abrigo;
tus ojos la casualidad más bonita de mi vida.

Pero lo peor de que llegaras era que después te ibas.

Y lo peor de que te fueras es que no volvieras.

Y que yo me enamorara hasta de tus miedos,
que me jugara mi sonrisa contra el destino
y que no me importara perderla
en un cara o cruz.

Porqué siempre fuiste eso: un cara o cruz;
una caricia o un portazo;
un pares o nones
poniendo mi corazón en juego
y mi mano sobre el fuego.

Y perderlo todo.

Y continuar sangrando

de saber que no tengo ni una maldita excusa
para quedarme a tu lado,
ni un jodido perdón por tu parte,
de darme cuenta de que uno más uno
no era igual a nosotros.

Y que por perderte me haya perdido a mí,

no te lo perdono;
No te perdono haberme empujado a quererte sin remedio
y a saltar por un precipicio aún sabiendo que no llevaba paracaídas. 

Te habría follado a poesía hasta quedarme sin palabras,

pero ya me ves;
ahora solo sé escribirte y poner un punto y final
a algo que ojalá no hubiera terminado nunca. 

No me quedan fuerzas, 

ni ganas, 
ni lágrimas para decirte adiós; 
solo voy a escribir todo lo que deberías haber vivido entre mis piernas
para que te des cuenta del mundo que te has perdido.








Una vez escuché a un poeta que decía que la virginidad -sea la que sea- se tiene que perder bien. Yo no he podido perderla mejor con este poema recitado junto a Ana Barrero y con Javier Expósito a la guitarra.


Las gracias se me quedan cortas, sólo espero que este no sea el último.

sábado, 1 de marzo de 2014

De (des)encontrarte y otras formas de dolerme

Ahora debes de estar bailando 
con alguien que me gustaría ser yo 
y amargando la noche 
a todas las chicas de la discoteca 
que querrían ser desnudadas 
por miradas que sólo se dirigen a ti. 

Sin ir más lejos, a mi 
hacía tiempo que sólo el frío me erizaba el vello, 
hasta que te vi con tu vestido 
mientras mi amor hacía autoestop 
al borde de un abismo 
y tú me recogiste. 

Y desde ese momento 
sólo creo en el amor cuando me miras, 
el resto del tiempo sigue siendo la misma mentira de siempre. 

Cómo decirlo... eres la anestesista de mi corazón, 
cuando clavas la mirada en mi, ya nada duele. 

Y dicen que tienes una sonrisa bonita 
pero yo sé que donde todos ven una sonrisa en ti 
yo veo un amanecer a la orilla del mar 
y donde ven tus ojos 
yo veo el brillo de la Luna. 

De tus pechos mejor no hablamos 
porqué aún no se han inventado adjetivos 
para describirlos, 
hasta decir 'perfectos' 
sería un insulto 
de lo corto que se quedaría. 

Me desenamoras de todas las mujeres a la vez 
y es tu culpa, 
eres mi clavo ardiendo, 
eres la venda en los ojos 
de un funambulista borracho. 

Mi (des)amor: 
Estoy cansado de llamar desamor 
a eso que todos llaman amor, 
o de llamar soledad 
a estar sin ti, 
porque para mi 
la soledad empieza con tu ausencia. 

Estoy cansado de deshojar margaritas 
leales a los 'noes', 
por eso te propuse que nos deshojásemos 
el uno al otro, 
aunque al final de la noche 
quedase un adiós y un beso 
con sabor a 'no'. 

Y fuiste flor y primavera, 
a pesar de que cuando desperté 
sólo quedaba tu aroma en mi piel 
y aunque el Sol ya lucía en la habitación 
la oscuridad se apoderó de todo. 

Aún así te espero, 
en aquel lugar donde empieza el eco. 
Te busco, 
y aunque sea en algún rincón 
de mi memoria, 
te encuentro.