lunes, 11 de agosto de 2014

Agitar antes de golpear

Una vez amé a una mujer Big Bang:
todo empezó con una explosión,
de antes no recuerdo nada.

Eso mismo, antes
sólo había Nada.

Yo sólo era satélite tal,
rondando a su vera
mientras ella, Galaxia cual,
Vía Láctea, espiral.

Yo, tan pequeño como una lenteja,
ella, deslumbrando a toda hora,
incluso más allá del horizonte.
Me pregunto si sabrá lo que duele,
el dolor de ojos que se me clava adentro
cuando trato de mirarla. Siempre.

Compartimos espacio,
el espacio.
Aunque duela.
Nunca pensé 
que sería tan bonito su cielo.

Imagináos el vértigo 
de estar suspendido de la nada,
el vértigo de su distancia
en años luciérnaga.

De tantos universos,
elegí el suyo,
donde las décadas se hacen meses,
y los meses días,
y los días suspiros,
sólo con verla.

Entre el planeta Limón
y el satélite Giraluna,
cogiendo la segunda salida
de la autopista galáctica,
entre el autoestopista
y la nevera flotante
que algún astronauta
dejaría olvidada
tras ver sus ojos de supernova,
qué digo,
de hipernova.

Y toque donde me toque
siempre duele el corazón
porqué ella,
yo qué sé,
siempre duele.

Pero.

Todas las noches me acuesto
y la miro a través del giraluz.
Aunqu duela.
Nunca pensé 
que sería tan bonito su cielo.

Tal vez me ahorque con un cometa de cola larga,
brillante, resplandeciente, rápido,
letal.
Dejaría mi agujero negro con cerca y huerto;
y unos dientes que no quiso Súper Pérez
de testamento.

O tal vez, la vuelva a mirar,
aunque duela,
aunque tenga la certeza
de que el espacio no está en el universo, 
que el espacio es lo que deja cuando se va.

Aunque duela.