sábado, 26 de abril de 2014

Un temblor de tierra que lleva su nombre

Siempre fuiste un escaparate
de lo que no está en venta,
de eso que tanto anhelas

y nunca puedes conseguir.

Sólo me queda gemir tu nombre
delante de cuerpos de otras
y que de ello salga la mejor poesía
que jamás he escrito,
y que no sepan que soy un cabrón
por pensar que el mérito de todo orgasmo,
desde que te conocí,
siempre es tuyo.

Aquella noche en la que llovía
te fuiste
y yo ni había llegado,
es como la historia de mi vida:
llegar tarde a todos los sitios
aunque nadie me espere.

Mencionaron tu nombre
para decirme que me habías estado buscando,
y con solo oírlo
me entró un escalofrío,
después vino el vértigo
y maldije a Einstein
por no inventar la máquina del tiempo.

Cuando después me llamaste
para proponerme dormir en tu casa
noté esa sensación
que describió García Márquez en Cien años de soledad
cuando José Arcadio describe el mecanismo del amor
como un temblor de tierra.

Entonces lo supe: Era amor.

Sin duda.

Ya en tu casa

escalé por tus pechos
y buceé entre tus ingles,
en la cocina dos veces
y otras dos en esa alfombra mullidita del comedor.

Me clavaste las uñas tan fuerte
que mi espalda pareció la de un fanático religioso
en Semana Santa,
me mordiste tan fuerte los labios
que el sabor a sangre se mezclaba a menudo
con el de tu sexo.

Y aunque esa noche nos follamos
y no hicimos el amor
yo estaba convencido de que era amor
porque por una vez en mi vida
no sólo la quería ella
sino que también a mí.

Por una vez en la vida
la idea de la muerte me aterrorizó.

Últimamente no llueve afuera,
pero por dentro
estoy encharcado.

Y ahora que lo único que sé de ti
es que estás a más de 30.000 suspiros de mí.

Por una vez en la vida
la idea de la muerte me aterrorizó
aunque ahora que lo pienso
no me hubiese importado morir aquella noche,
allí mismo,
entre tus brazos y tus muslos.




sábado, 19 de abril de 2014

Viaje nostálgico a la Calle Desesperanza



Hace exactamente 238 días que no me quería.
Ni una pizca.
Nada.


Te había olvidado.

Y qué triste que para quererme
tenga que recordarte.

He de decirlo
aún sonando a puto egoísmo:
Te amaba por lo que me hacías quererme.

Y por otras cosas, claro.


Pero al final el amor por otra persona
casi que se convierte
en amor a uno mismo
reflejado en el otro.

Una puta movida.


Cuando ya no estabas
yo puse un precio inasumible a tu recuerdo,
renuncié a sonreír por las mañanas
y a escuchar 439 canciones.

Y la herida, bueno, 
la herida ahí estaba.
Ahí está.
Pero sin la costumbre de amarte
ya duele menos.

Anoche te vi a lo lejos
y ya conoces lo de después,
eso del tartamudeo
y del vuelco del corazón
latiendo en morse 
tu nombre.

Y también eso de quererme,
pero de quererme contigo.

Eso de volver a sentir

ese sabor a sangre,
a fracaso,
porqué todo lo que no se intenta
me sabe a fracaso
y desde luego, 
contigo
no lo intenté bien.

Me recordaste lo bonito que me sentía
cuando estaba junto a ti.

Y también pensé en lo bonito que se debía sentir
el chico que estaba contigo.

Te decía te quiero a la oreja
y con tu sonrisa casi fundiste cuatro luces del pub.

Recordé lo que nos costó darnos el primer te quiero

como reservándolo para la mejor ocasión.
Al final te das cuenta de que la buena ocasión
es esa en la que te sale 
y no lo retienes en la garganta.
Después nos los dijimos de golpe
y una vez empezamos con los te amo
ya no tuvimos nada más intenso que decirnos
y yo me propuse buscar
la frase del avioncito de papel
de la peli de Los Amantes del Círculo Polar,
pero nunca la encontré,
tal vez porqué sólo me bastaba mencionarte
para decir todo lo que sentía.

Pero no me dí cuenta,
y ahora cuando te mencionan
las ganas de amarte
se pelean en mi barriga.

El amor me empezaba con tu nombre

y se me marchitaba con tu ausencia.

Menos mal que tienes un nombre jodido.

Ayer fue raro,
hacía tanto tiempo que no me quería
que hasta me odié por ello.
Y también porque sea otro
el que se quiera
como quisiera quererme yo.
Contigo.

En fin, qué jodido eso del querer y no poder.

miércoles, 9 de abril de 2014

De sentirte y otras suertes


Qué jodido eso de tratar conjugarnos el verbo querer
y no poder;
o que la distancia cree hiato entre nosotros.

Qué lastima que termines siendo un recurso poético
ante la imposibilidad de ser
mi recurso de amparo.

Aún no encuentro palabro en el abecedario
que descifre fielmente
eso que me pasa desde que te veo
hasta que te beso.

Y ojalá, en serio, querer sea menos verbo
y más verdad.

Que no nos engañe la primavera con sus fechas
porqué quien la trajo fuiste tu,
y era de noche y estaba oscuro,
y habían besos y algún cubata
y de las flores ya ni me acuerdo.

Ahora me doy cuenta
de lo inútil de los sentidos
si no te tengo cerca,
incluso a veces, cuando no estás,
el corazón me late tan despacio,
tan débil,
que hasta pienso que lo he perdido
en algún rincón
mientras te buscaba.

Van Gogh tuvo suerte de no conocerte,
de haberlo hecho
se hubiese cortado la otra oreja
sólo con escuchar
la sinfonía de tus tacones
como quien acaricia y besa el asfalto.

Que si Adán se comió una manzana por Eva,
por ti se hubiese tragado
hasta un kilo de uranio,
si se lo hubieses pedido.

Que las farolas nunca te dan la espalda
y la luz siempre la tienes de cara
porqué hasta ellas saben
que sería motivo de desconexión permanente
dejarte la belleza a oscuras.

Que yo me conformo
con darle un poco de sentido
a mis sentidos:
con verte ya tiro,
si te acaricio, ni te digo,
si te huelo, corres alto riesgo de secuestro
y si te saboreo
es como morirse
pero al revés.