sábado, 15 de febrero de 2014

Como acariciar Nueva York



A mi nunca me ha apasionado ir a Nueva York,
pero cuando me cantaba al oído
lo bonito que es todo aquello,
nos imaginaba saltando de la mano
de rascacielos en rascacielos,
tomando un taxi y yéndonos sin pagar,
emborrachándome de su sonrisa en Broadway
o comprando perritos de un carrito
entre la Séptima Avenida y su corazón,
más o menos.

Yo veía en Nueva York sus piernas de acariciar suelos
hechas avenida,
o sus pulmones de dejarme sin aire
con forma de Central Park.

Nueva York era ella.

'Piensa que estamos en lo alto del Empire State Building
y tú miras abajo mientras yo soy lo único a lo que estás sujeto,
¿sientes el vértigo?', me dijo.

'No, porqué estoy contigo.'

Y era la verdad, el vértigo nunca dependió de las alturas
sino de lo lejos que ella estaba.

'Algún día iremos a Nueva York', me prometió.
Y yo aún creía en las promesas,
por vocación más que nada.

Pero Nueva York se fue
a donde debía estar: a Nueva York.

Y yo me quedé en donde siempre:
entre yo y ninguna parte.

A mi me enseñaron a no preguntar
aquello que no quería saber
pero por las noches me vuelvo valiente
-y también más idiota de lo normal-
y le pregunté si me quería.

'Depende', me dijo.

Y yo sabía de qué dependía...
                                                     de
                                                           un
                                                                 hilo.

Y el hilo se rompió y yo con él.

Y Nueva York se hizo escombros.

Nunca odiaré tanto a una ciudad,
pero tampoco creo que ame a otra
de igual manera.

Nunca antes tuve a Nueva York
tan al alcance de mis manos,
sin moverme de su lado.

2 comentarios:

  1. Increíble es que te pases por aquí, lo leas, te guste y comentes. Además precisamente este mes, esta semana, de este año. A veces la casualidad duele, pero no me importaría nada que este dolor se repitiese muchas más veces.

    En fin, gracias por leerme.

    ResponderEliminar