No sé cuánto hace que no te veo.
Al menos nueve fiestas,
cuatro bares diferentes
y decenas de cubatas.
Eso es mucho tiempo.
Y tu recuerdo no me suele visitar,
pero el insomnio de hoy
ha resucitado esa noche
en la que nos encontramos
de puertas para dentro.
Esa noche en las que las canciones
hablaban de ti, todas en clave de Mi,
el ron sabía a tu piel
y tu caminabas contoneando el culo
con la soltura de siempre.
Todo volvía a ser igual,
pero sin el color de siempre,
era la última de todas,
creo que lo llamamos:
despedida.
No tuvimos que traducir los silencios
porque directamente nos los comimos
junto a los besos.
Tú pediste ginebra y yo ron,
y al quinto cubata
me dijiste un ‘te quiero’,
que no creí y bien que hice,
aunque llevaba puesta la coraza
mi corazón sí oyó esas palabras
y a pesar de que quiso obviarlas
alguna letra se me enquistó
y creo que aún dura.
Aún dura,
como el olor de esa noche de junio
estribadito en tu agujero
cuando me dijiste que si quería bajar,
ahí, donde tus piernas,
y me lo dijiste tan dulce
que no te pude decir que no.
Y hoy, que la soledad huele a tu perfume
en mi lado derecho de la almohada;
que a pesar de ser agosto,
todo el día ha sido invierno,
frío y gris,
me ha vuelto a la memoria
esa noche sin brújula
que vivimos como un baile
a pesar de no saber bailar.
Y claro, recuerdo todo esto,
y me olvido de no quererte.
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